Mañanas de Anonimato

“Que linda que estabas esta mañana. Definitivamente el rojo te queda muy bien. Hace rato que deseaba escribirte, y la verdad, no me animaba, pero hoy fue imposible… el rojo te queda… te queda único.” fueron las primeras lineas de la primera carta que recibió Mariana en la puerta de su casa. La encontró un martes por la noche, cuando regresaba de la facultad. La agarro como al resto de los sobres que le llegaban: con fastidio. Principio de mes y saber que hay cuentas que pagar y que entre el laburo y la facu no te queda ni tiempo para pasar por un rapi-pago era alguna de las cosas que mas le estresaba. Su psicólogo le había dicho que no se amargue por ello, que eran “frustraciones normales de la era moderna” y que no valía la pena usar tiempo de sesión, que por cierto esos cuarenta y cinco minutos le parecían muy poco, para algo que según el era “banal”. Por lo que, como una buena paciente aplicada, comenzó a abrirla con tranquilidad recordando que no debía apenarse a las diez de la noche por algo que pasaría todos los meses. Y tenia razón, recibiría ese tipo de cartas por varios meses, casi todos los días. La leyó sorprendida, con un poco de temor. Con el tema de la violencia de genero tan latente, ser acosada no le parecía una idea romántica para nada. “Esta mañana” manifestaba el escritor de tal declaración de amor, es decir que la vio a las siete de la mañana cuando sola se aproximaba a la parada del colectivo que la llevaría hasta la estación de Glew. Eso la asusto bastante, su parada era muy desolada y mayormente solo ella se encontraba alli. Pero lo que aun le sonó mas tenebroso fue el hecho de que su acosador le contaba que hace rato quería escribirle. Es decir, que no solo sabia donde vivía para dejarle la carta en su puerta de entrada, ni tampoco solo la había visto esta mañana, sino que al parecer posaba la mirada sobre ella durante bastantes amaneceres, que para esta época de pleno invierno eran demasiado oscuros para su gusto. Atormentada por la increíble sorpresa que se había llevado, esa noche se cocino algo rápido, como siempre porque odiaba cocinar y fue a acostarse. Hizo todo con tal velocidad para cerrar los ojos y perder el miedo al menos hasta el día siguiente cuando despertara, aunque lamentablemente tardo mas de dos horas en dormirse.
Despertó apesubranda y media hora tarde. Había dormido menos de lo normal, que ya de por si era poco. Fue directo a la ducha para despabilarse, se cambio con velocidad, se puso los lentes de contacto, paso un peine por su pelo mojado, se miro unos segundos en el espejo y al notar que estaba “presentable” salió de su casa. Hasta el momento había olvidado de la carta de ayer, la tarde anterior había discutido con su jefe por su pequeño inconveniente con llegar a horario y estaba preocupada porque se había quedado dormida. Pero cuando emprendió la inagotable búsqueda de su sube dentro de su gigantesca mochila lo recordó. Se sintió perseguida, miro para todos sus lados, se mantuvo impaciente en la parada del colectivo. Siquiera saco su celular para no tener una minima distracción, tenia que estar atenta. Vio arrancar el colectivo de la terminal, que estaba a apenas media cuadra de su parada, y se sintió aliviada. Subió, saludo muy amablemente como lo hacia siempre, pago los seis pesos, se dirigió a un asiento, saco su celular y sus auriculares y se relajo. Durante el día le comento la situación a varias amigas y compañeras de su oficina y facultad. Recibió distintos comentarios y consejos, desde los mas tradicionales como “A vos nada te viene bien, te quejas de que nadie te da bola y a la primera que alguien es tierno con vos te perseguis como una loca” hasta los mas alarmantes como “ya deberías ir a implantar una denuncia, puede ser un enfermo.” Y en verdad no se decidió por ninguno: no le parecía nada sano para su admirador espiarla, pero al mismo tiempo no creía tener elementos suficientes como para acercarse a una comisaría. Que te tomen una denuncia es un logro único de por si, y mas si el motivo es una carta donde te dicen que el rojo te queda bien. Decidió esperar, en definitiva al momento solo habia recibido una. Hizo su recorrido de aproximadamente una hora hasta su hogar y algo ansiosa miro al suelo para ver si encontraba un sobre: y efectivamente había uno allí.
“Hoy te quedaste dormida hermosa. Saliste tarde y con la ropa y tu pelo algo alborotados. Pero tu belleza permanecía intacta, y la cara de dormida me lleno de ternura”. Al parecer su seguidor era una persona muy observadora. De a poco comenzó a perder el miedo, no parecía alguien ofensivo, tampoco alguien que quisiera por lo visto interactuar directamente con ella y en definitiva en ambos manuscritos le había expresado cosas dulces. El temor fue desapareciendo para dejarle lugar a la incertidumbre. Esa noche también tardo dos horas en dormirse, porque su cabeza estaba haciendo un minucioso trabajo de investigación para identificar a su amante y creyó haber encontrado la respuesta: Juan, el colectivero. Los choferes cambiaban a menudo y eran muchos. Pero ella en virtud de ser la primera pasajera del ómnibus genero una amistad de pasajero con algunos. Juan era uno de ellos, y la había llevado hasta la estación férrea los dos días consecutivos. La idea le pareció divertida: era un chico joven, simpático y que casi siempre le animaba sus mañanas pasando música de los redondos. Se durmió decidida, el día siguiente le haría un comentario insinuando que ya lo había descubierto como “Hoy también me vestí de rojo, ¿viste?” o “Me maquille un poco para ocultar mi cara tierna”.
Y eso fue lo que hizo al día siguiente: se vistió con su suéter colorado y se pinto mucho mas de lo normal, que generalmente era nada. Espero impaciente la llegada del monstruo vehicular verde y cuando subió, tras decir “Buenos días, hasta Glew” noto que esta mañana no estaba Juan, sino Gonzalo: el viejo ortiba que la semana pasada no la había querido llevar porque se había quedado sin crédito y motivo por el cual llego tarde a trabajar, como siempre. Se sintió frustrada durante todo el día, y le comento de su descubrimiento a las mismas personas a las que ayer les había contado de la recepción de la hasta ese momento siniestra carta. Los resultados fueron los mismos que el día anterior: las fanáticas del romanticismo se alegraron y dijeron que tenia que esperar a cruzárselo, que les parecía una idea fantástica, una historia de amor para película; mientras que las extremistas razonaron que aun era mas peligrosa la idea, ella era la primera pasajera, el “enfermo” podría no continuar con su recorrido y desviarse con vos arriba, “acordate que vivís a escasos metros de dos descampados Mariana” dijo la más traumada con el tema. Pero ella esta vez si se había inclinado para alguna de estas opiniones, las extremistas no conocían a Juan, y ella creía que era imposible de ello.
Llego a su casa, abrió la puerta y al entrar noto que había pateado algo. “Veo que mis cartas te hacen sentir bien. El rojo, nuevamente, te queda hermoso. Solo me apena la idea que hayas tenido que despertarte mucho tiempo antes para maquillarte así, nunca lo haces. Igual, como todo, te queda soñado” sentenciaba su ya habitual escritor quien por lo visto no podía ser Juan, no lo había cruzado esa mañana. La sensación que la invadía ahora era la impaciencia, la horrible decepción de que tu estudiada teoría se caía por un segundo por la borda. Esa noche decidió no pensar, venia acumulando horas de sueño hacia dos días y en definitiva al parecer su admirador estaría allí mañana y también pasado.
Despertó un poco mejor que los días anteriores, hasta se dio el tiempo para desayunar. Sabía perfectamente, por su obsesión que había adquirido tras hacer psicoanálisis que en verdad estaba evitando por la mayor cantidad de tiempo salir a la calle: dentro de su casa creía que el no podía verla. Cuando ya no pudo evitarlo se dirigió a la parada del bondi, camino rápido la media cuadra que la separaba de ella y espero impaciente el arribo del mismo: el miedo volvía a invadirla. Ella tenia seguridad sobre lo que Juan seria y lo que no sería capaz de hacer, pero no de este ser de quien al parecer era tan observador al punto de resultar enfermo. El día fue mas corto que los anteriores, los jueves no cursaba. Comento a todas las impacientes por conocer el nuevo capitulo de la historia la decepcionante noticia. Las reinas de la cursilería sintieron frustrada su nueva historia de amor y las fanáticas de policías en acción encontraron esta tarde la aprobación de Mariana de sus ideas. Llego a su casa pasadas las seis de la tarde, y como esperaba había allí un sobre. La carta esta vez era algo mas extensa: “Estoy triste. No me gusta verte así. Te pido perdón, mi deseo jamas fue asustarte. Saliste tarde de casa para no esperar mucho, caminaste rápido, tus piernas se movían a velocidades que nunca antes había visto: estabas nerviosa Mariana. Quiero que te quedes tranquila, por favor. No soy ofensivo, si quiera alguna vez vas a conocerme cara a cara. No voy a mentirte, soy un egoísta. Te escribo esto porque producto de mis declaraciones deje de ver lo mas hermoso de vos: tu naturalidad. Amo ver como día a día esperas el colectivo con el celular en tus manos, supongo que estas viendo el inicio de Facebook, por como deslizas tus dedos. Que siempre, porque sos tan distraída, olvidas sacar la sube y cuando ves llegar el colectivo te apresuras a buscarla, y lo que es aun mas gracioso nunca la encontras. Subis, saludas muy amablemente, lo noto por tu sonrisa. Privilegiados esos choferes. Y apoyas tu enorme mochila negra sobre los primeros asientos hasta que sale de ella tu tarjeta con funda rosa y pagas. Recorres hasta el final del corredor, porque tenes un tock, no se si vos lo habrás notado pero JAMAS te sentas en los asientos bajos, siempre subís la escalera y te sentas de los del lado de la ventana. En definitiva, eso es lo que mas me gusta de vos y no quisiera perderlo. Podes confiar en mis palabras, no quiero lastimarte, solo quiero poder observarte día a día y que por sobre todas las cosas sigas siendo feliz” Sentenciaba el ahora melancólico emisor. Mariana quedo sorprendida, todo lo que allí decía era cierto, y al releerlo le causaba algo de gracia: el anónimo apreciaba lo menos apreciable de ella, su torpeza y distracción. Obvio que ella había notado su costumbre de los asientos del colectivo, como ya se dijo amaba analizar cada uno de sus actos y sabia perfectamente hasta porque lo hacia: era baja y desde los asientos inferiores no podía ver el paisaje. Le gustaba observar la mañana de su barrio: las personas que salían para trabajar, los que iban a llevar a sus hijos a la escuela, las parejas adolescentes que se encontraban en una esquina para caminar juntos hasta la secundaria, amaba adivinar a donde iban todas esas personas.
Decidió darle un changüí a su admirador y no tener miedo, creyó en sus palabras. Para demostrárselo al día siguiente, cuando esperaba el colectivo le dedico una extensa y sincera sonrisa y realizo con aparente naturalidad lo mismo que hacia todas las mañanas. Cuando vio llegar el colectivo y comenzó a buscar su sube espontáneamente le salió una carcajada: lo estaba haciendo una vez más. Esa noche cuando llego a su casa la rutina continuó pero esta vez su enamorado decidió ser escueto, solo dijo “Gracias Mariana. Que tengas un buen fin de semana”. Y eso fue lo que hizo. Estaba tranquila, había llegado a un acuerdo con el sin nombre, y ademas era viernes, se terminaba la jornada laboral y empezaba la noche de cerveza con amigos.
La relación con su escritor anónimo continuo así por varios meses. Ella lo analizaba como una simbiosis perfecta: el al parecer liberaba endorfinas al verla por las mañanas y a decir verdad ella tenia su lado tierno y dulce y los halagos la hacían sentir bien. Sería mentir no decir que por momentos de estos meses se replanteo en varias oportunidades tal situación, no se conformaba con que fuera un anónimo, la atacaban las ganas de estar en pareja y le parecía egoísta de parte de Facundo que solo el pudiera verla. Si, en sus momentos de ansiedad le había puesto un nombre, le pareció justo. Luego se olvidaba de ello, en verdad no sabia donde vivía, y se daba cuenta que pasaba horas enteras preguntándose algo a lo que nunca llegaría a la respuesta: ¿Quien es? Pensó en el almacenero, en el hijo de Claudia, en el muchacho de barrido y limpieza, en el personal de la salita de primeros auxilios que estaba frente a su departamento. Termino por convencerse de que Facundo no quería que ella supiera quien era y que debía respetarlo así entonces. De hecho el, en este transcurso de tiempo dedico algunas lineas de sus escritos al tema, parecía adivinar sus sentimientos. “No te frustres hermosa mía. Nunca nos conoceremos, y créeme es lo mejor. ¿Podrías prometerme que no intentaras descubrir a mis persona? Imaginame como el hombre perfecto que estoy seguro algún día encontraras. Quiero que la magia del anonimato quede intacta hasta el ultimo día”.
Y ese día llego, pasado enero cuando había sido su cumpleaños y Facundo le dedico unas lineas al respecto, reconociendo que lo había notado por el barullo de su casa y por los comentarios del barrio dejo de escribirle. Nadie podría creer como algo que resulta para muchos tonto, enfermo o incluso una mentira apeno tanto a Mariana. No podía comprender el porque. Ella había mantenido su promesa, había sido natural, nunca más le había temido y se esforzaba a diario por controlar su ansiedad de saber quien era. Pero todo ello era a cambio de aquellas palabras hermosas, poéticas de alguien que te observa y aprecia de vos cada uno de tus detalles hasta mas vergonzosos.
Hubo mañanas que se paro muy enojada, demostrándoselo con sus gestos -era una persona muy expresiva- y con sus brazos cruzados como una niña a la que no quieren comprarle su dulce. Hubo otras mañanas en las que intento ser la misma de siempre haber si ello lo cautivaba para escribirle, sonreía por demás y usaba para complacerlo atuendos rojos. Y otras, que sin dudas son las más amargas en las que la invadía la tristeza de sentirse sola, y lloraba desconsolada pensando que tal vez le daría pena a Facundo y le escribiría. Pero no, facundo no se sentía llamado ni por su enojo, ni por su simpatía que tanto había apreciado ni por su tristeza. Llego a la conclusión de que al parecer se había aburrido, ya no la amaba. Las separaciones son difíciles, de hecho una fue el incentivo para iniciar la terapia que desde entonces no había interrumpido. Pero la separación de un anonimo, no sabía como podría superarla porque todavía no podía superar el hecho de que le afectara. Mariana no era un ser al que le fuera divertido tener sentimientos.
Un jueves, cuando regreso temprano a su casa porque no tenia facultad, mientras ponía la pava para unos mates escucho su puerta. Sorprendida porque no esperaba a nadie la abrió y encontró en ella a Matilde, la abuelita que vivía a dos casas. La hizo pasar muy a su pesar, la señora había enviudado hace muy poco y consolar no era una de las mejores cosas que se le daban. Cebo unos mates y noto que Matilde estaba algo reservada, como si tuviera algo que decir que no se animara. ¿Necesitara dinero? pensó. Y sin más, para liberar a la pobre anciana la encaró: Matilde la noto extraña, ¿hay algo que quiera comentarme?. -¡ay nena! la verdad no sé como empezar, me da algo de vergüenza. -Si necesitas dinero sabes que contar conmigo, y no te tiene que dar vergüenza, para eso estamos. ¿O no sabes que yo también soy peroncha compañera? Siempre voy a estar para usted. Matilde esbozo una pequeña sonrisa por el comentario partidario que le causo simpatía pero aun preocupada dijo -No mi reina, no es plata lo que necesito. Pasa que, no se como decirte, ¿Viste que hace poco falleció Antonio, no?- Mariana comenzó a sentirse incomoda, -que no llore por favor, que no llore.- pensaba. -Bueno, la verdad es que estaba muy angustiada por eso, te imaginaras, mas de treinta años de pareja, y recién ayer, dos meses después de su repentina muerte me anime a juntar sus cosas- continuo la abuela -Y sabes que encontré algo que no se si debería darte, siento que puede llegar a ser una falta de respeto, jamás creí que mi marido sería capaz de tal cosa, pero creo que es mi responsabilidad hacerlo. Mariana no entendía a que se refería, ni que pudiera haber hecho Antonio que tuviera que ver con ella. Apenas lo saludaba por la tarde, y si lo veía tomando mate le mangueaba uno. -Tomá, yo te lo dejo y me voy porque me muero de la verguenza. Te pido que me abras la puerta antes de leerlo y que por favor lo perdones, el era un buen tipo.- sentencio mientras entregaba a manos de Mariana un sobre igual a todos los que aun guardaba en una caja de Facundo, a pesar de su enojo aun no se había atrevido a quemarlos. Su corazón comenzó a palpitar muy rápido, y con extrema rapidez le abrió la puerta a Matilde para poder quedarse sola y leer lo que todavía no podía creer. No llego a sentarse que ya había lo había abierto y extraído de el el papel también típico de las cartas de Facundo. “Estuve pensando y creo que el azul te queda aun mucho más bonito que el rojo Mariana. Ah, ¿Perdiste la sube? Digo, por el cambio de color de la funda. Que hermosa atolondrada a la que tengo suerte de poder escribir. ”
Una carta que había escrito un miércoles, como todas, con la tranquilidad de que el jueves escribiría otra. Su muerte fue tan atolondrada que no había podido despedirse, o tal vez no había querido hacerlo. Entre llantos agarro un anotador, escribió unas palabras, tomo su cartera y se dirigió al cementerio de Burzaco en donde Antonio había sido enterrado.
“Perdoname. No pude cumplirte el deseo de permanecer en el anonimato. Para que sepas estoy mejor, me atormentaba la idea de que ya no me querías. Solo quería decirte gracias por tanto Facundo. Si, el hombre de mis sueños se llamaba así.”