Reíte, reíte tan fuerte que se te escuche incluso en el abismo. Reíte, reíte mientras saltas y que de tanto saltar y reír al mismo tiempo te muerdas la lengua. Reíte por todo el camino de la vida, o al menos en la mayor parte posible.
Cuando te choques contra la tempestad no te asustes. Al contrario, sacá entonces desde el fondo de tu garganta la risa. Porque de la tempestad también nace el mar. Y el agua que de el se compone vive las noches y sobrevive a ellas. Reíte también en silencio. Encontrá la risa en la canción que te hace acordar a aquel viaje largo y hermoso hacia el lugar donde el verde predomina por sobre el gris.
Reíte y no te enojes. No al menos con la muchedumbre dónde se encuentra la mayoría que sufre, y mucho pero incluso así es la que mas ríe.
Y cuando a pesar del deseo y la obstinación te sea imposible, agarra un papel y escribílo. Si, una y mil veces: reír, reír, reír. Controla con un cronómetro el tiempo que tardas en volver a hacerlo.
Porque querido, la alegría se transmite y se fusiona. Y por más que te esfuerces en sostener esa casaca de carton, no sos tan fuerte como el roble y tarde o temprano vas a volver a reír. ¡Adelante, inténtalo! Tachala tantas veces como quieras, pero te aseguro que cuando el reloj marque tus últimos minutos y la temperatura de tu cuerpo comience a descender apresuradamente, será el olfato que tal vez ya hayas perdido pero que todavía recordás, y no el aullido persistente de la soledad el que te acompañará por el inevitable sendero. El olor al guiso, al pasto mojado te penetrará e impulsará el último movimiento para el que ya te crees demasiado débil: te lo juro, sonreirás.
Cuando te choques contra la tempestad no te asustes. Al contrario, sacá entonces desde el fondo de tu garganta la risa. Porque de la tempestad también nace el mar. Y el agua que de el se compone vive las noches y sobrevive a ellas. Reíte también en silencio. Encontrá la risa en la canción que te hace acordar a aquel viaje largo y hermoso hacia el lugar donde el verde predomina por sobre el gris.
Reíte y no te enojes. No al menos con la muchedumbre dónde se encuentra la mayoría que sufre, y mucho pero incluso así es la que mas ríe.
Y cuando a pesar del deseo y la obstinación te sea imposible, agarra un papel y escribílo. Si, una y mil veces: reír, reír, reír. Controla con un cronómetro el tiempo que tardas en volver a hacerlo.
Porque querido, la alegría se transmite y se fusiona. Y por más que te esfuerces en sostener esa casaca de carton, no sos tan fuerte como el roble y tarde o temprano vas a volver a reír. ¡Adelante, inténtalo! Tachala tantas veces como quieras, pero te aseguro que cuando el reloj marque tus últimos minutos y la temperatura de tu cuerpo comience a descender apresuradamente, será el olfato que tal vez ya hayas perdido pero que todavía recordás, y no el aullido persistente de la soledad el que te acompañará por el inevitable sendero. El olor al guiso, al pasto mojado te penetrará e impulsará el último movimiento para el que ya te crees demasiado débil: te lo juro, sonreirás.