Gustavo

Gustavo apagaba el cigarrillo entre su pie y el asfalto mientras me indicaba - ¡Tene cuidado nena!- poniendo su mano como barrera, evitándome cruzar hasta que pasaran unos cuantos autos.
Bueno, en realidad no se llama Gustavo. O tal vez si, no se lo pregunte.
Nació hace unos setenta años en algún barrio de la capital federal. Fue condenado a ser hijo único (así lo siente el).
-Cuando llegas a grande te quedas solo. Y los hijos ya están todos casados.-
Comenzó a fumar a los doce años, por culpa de su papá. -Mi vieja me decía siempre "Te llega a agarrar tu padre y te mata"-. Pero un mediodía, en un viaje al puerto, mientras almorzaban le preguntó: -¿Usted fuma? - (Porque su padre podría ser cualquier cosa, pero siempre lo trató de usted). Le dio dinero para que se comprara unos Black Devil y desde entonces jamás dejó de fumar.
- ¿Vos fumas nena? - me preguntó buscando una cómplice.
- No, por suerte no. - le contesté.
Se mantuvo en silencio unos segundos y cuestionó: -¿Te molesta que fume? Es que este tránsito me vuelve loco - se excusó, mientras que, sin aguardar mi respuesta, tomaba un cigarro de su paquete.
Detesto que fumen en un auto, pero le dije que no pasaba nada por cortesía.
Estudió durante tres años Derecho en la UBA, pero finalmente dejó por culpa de su papá. -El tenía una empresa de seguros. Y cuando se hizo mas grande me dijo "O estudias o dirigis la empresa. Sino se la voy a tener que dar a otro.". - Y responsabilizándose cómo el hijo único que era se convirtió en su nuevo gerente. - No se para que, si después la terminó vendiendo. Se fue cuatro años a vivir a Italia y se la gastó toda. Como buen tano, bueno en verdad era hijo de italianos, el nació acá. - sentenció quitándole la nacionalidad como un especie de castigo.
Cuando volvió sin un peso, fue él quién tuvo que comprarle un departamento para que viviera con su madre hasta la muerte de ambos. - Después lo vendí. - aclara orgulloso de sus transacciones Inmobiliarias.
Y luego, ya emancipado a la fuerza, comenzó a trabajar en distintas compañías de seguros. No le faltó ni guita, ni autos, ni minas asegura melancólico. Pero en algún momento se casó. -A la madre de mis hijos que la proteja Dios.- Veinticuatro años de casados y tres hijos en común. -Me secó- gruñe ofuscado. Vendieron todos los inmuebles y repartieron el dinero a la mitad. Menos la casa más grande que se las heredó en vida a sus hijos, revirtiendo lo que su padre hizo con el. -Hace poco ella la vendió. Se quedo con la mayor parte - confirmando la mala leche de la que la hacia dueña - Al mas grande y al mas chico les dio veinte mil dólares a cada uno. Y al del medio nada, porque es pastor y no le da bolilla a las cosas que dice- defendió a su hijo orgulloso de su rebelión.
Comenzó a toser. Mucho y humedamente. -No tengo que fumar. Pasa que siempre digo lo mismo pero después de comer me dan ganas. Además, yo soy solo. - argumenta encontrando en el tabaco su compañía habitual.
- Debería intentar dejarlo. Hay caramelos y seguramente otras cosas para manejar la ansiedad. - esgrimo manifestándome abiertamente anti-nicotina.
- Dos de mis hijos fuman también. Se compraron el cigarrillo electrónico y no sirve ni pa'mierda. - argumentó encontrando en el vicio ajeno justificación para el propio y desautorizando mediante experiencia ajena los métodos para aflojar.
Está jubilado hace un año, con la mínima. Esta vez no es culpa de su viejo, sino de la crisis del 2001 y del hijo de puta del presidente: las empresas para las que trabajaba se comieron parte de los aportes y después de la crisis no quedó nadie a quién reclamar. Y la mínima no alcanza ni para los gastos.
Y así esta Gustavo: hijo único, fumador prematuro, estudiante de derecho, gerente de aseguradoras, separado, padre de tres hijos y abuelo de seis nietos. Remiseando en un renault bordo para pagarse el vicio o tal vez, y muy probablemente, para contarme a mi cómo a tantos otros su historia, y convencerse así de que la culpa la tienen todos los demás.