Te invitaré a una cena. Será por momentos un cenáculo y por
otros una cenata. Hasta que pasada la medianoche, cuando me hayas convertido en
tan solo una cendolilla y la sensación cenestésica de mi existencia ya no me
fuera suficiente, te invitaré también a recostarnos desnudos, para descubrir la
suavidad del cendal que cubre mi lecho y cenegar nuestros cuerpos entumecidos
por el cencio, prendiéndonos fuego y volviéndonos ceniza al llegar al cenit de
la invitación.