Indisposición en Río de Janiero


Tenía veintiún años y emprendía mi primer viaje emancipada de mi familia (o al menos de la parte de ella de la que se presume autoridad). Viajaba con mis dos mejores amigos: Ignacio y Mecha. ¿A dónde? A la ciudad en la que amaría vivir una adolescencia eterna: Río de Janeiro.
Después de un viaje largo (tentados por gastar el menor dinero posible en transporte nos habíamos tomado un micro en Buenos Aires hasta Puerto Iguazú, cruzamos la frontera en un colectivo local y desde Foz de Iguazú nos subimos a un avión con dos escalas intermedias hasta nuestro destino final) llegamos al departamento en el que nos hospedaríamos por dos semanas.
Estaba ubicado en una de las avenidas principales de Copacabana: Barata Riveiro. En la vereda de enfrente se emplazaba uno de mis pasatiempos favoritos: un mega supermercado. Una vez dentro pudimos ver que estaba compuesto por un living comedor, una cocina, un baño diminuto y una habitación con una cama de dos plazas y un colchón. (Si, íbamos a tener que turnarnos para traer pretendientes a copular).
Apenas llegamos tomamos unas cervezas bien frías que Mara –la dueña del departamento- nos había dejado en calidad de obsequio de bienvenida. Ahí por primera vez sentí lo que todo porteño siente cuando se encuentra con una sociedad mucho más amena que la frívola que nos caracteriza y lo sintetiza con la siguiente frase: “la gente es otra cosa allá.”
Embebidos de la emoción de haber llegado a una nueva ciudad, después de cambiarnos (y producirnos por supuesto) salimos a nuestro primer y luego recurrente destino: posto 4.
Posto 4, era en realidad un bar de Skol ubicado en la entrada del puesto 4 de la playa de Copacabana. Era el único en toda la orilla que permanecía abierto hasta entradas horas de la madrugada. Dato importante que una amiga que había visitado la ciudad la semana anterior nos había aportado. La responsable también de que consiguiéramos maconha rápidamente.
Con los pies sobre la arena cristalina, tomando una rubia bien fría y con un cigarro ya armado nos percatamos de una fatalidad: no teníamos encendedor. Después de una corta discusión, en la que llegamos a la conclusión de que yo era la más caradura me levante en busca de uno.
En ese momento lo vi a él. Y sinceramente lo único que pensé es que tenía cara de llevar fuego consigo.
-Oi! Disculpa, uma pregunta ¿Você tem um esqueseiro?
Notó enseguida mi acento y no se reservo a reírse de mi error. –¿Um? -dijo entre sonrisas. No sé, no tengo idea de donde saque que se decía así. Me reí. Más no podía hacer, no sabía cual era la forma correcta de decirlo.
-Esquero.- me corrigió mientras extendía su brazo alcanzándomelo. Me lo lleve para prender el porro con mis amigos y volví a devolvérselo.
-Muito obrigado.- dije cometiendo mi segundo error.
-Muito obrigada, você é uma garota, você tem que dizer muito obrigada.- volvió a corregirme y yo me volví a reir. -¿Como eu falho, não é nada em español? – me pregunto aunque sospecho que ya sabía la respuesta.
-Casi de la misma manera, se dice de nada.- le conteste, sin esforzarme por hacerlo en portugués por miedo al ridículo. Se sorprendió, o simulo hacerlo y rápidamente hizo la pregunta que en verdad le interesaba:
-¿você tem namorado?
-No, eu no tem. –conteste posiblemente pesimamente conjugado y el retrucó: você não gostaria de ter um namorado carioca?.
No se si fue porque me pareció lindo, porque me causa simpatia la ocurrencia o simplemente porque sería el primer brasilero que me besara en mi viaje pero impulsivamente me acerque y lo bese.
Me dijo que se llamaba Rafael, tenía 28 años y una sonrisa que me encantaba. Trabajaba en una libreria y pasaba las tardes en posto 4 hasta las diez de la noche que retornaba a su hogar para al día siguiente retomar la rutina.
A partir de ahí comenzamos a vernos todas las tardes, a las 18:00 cuando salía de trabajar. Yo me iba un rato antes de la playa para poder estar un rato a solas con el en nuestro departamento. El plan no vario demasiado en los días que nos vimos: llegaba, nos besabamos un rato, quemabamos uno –él siempre me retaba por arrancar el pedazo de papelillo que dejan al final,  y yo le explicaba que la solución a eso era usar filtro. Que adoptara el avance en la cultura canabica que su vecina de la patria grande le estaba recomendando-. Una vez sensibilizados por el efecto de la marihuana teníamos sexo desenfrenado. No había ni una gota de amor, pero si una atraccion fisica que inundaba todo el cuarto. El admiraba el tono blanco de mi piel y mis senos grandes. A mi me gustaban sus tatuajes, pero por sobre todas las cosas su acento, su idioma, como me excitaba que me dijera groserias en portugues.
Pasaron unas cuantas tardes así hasta que la naturaleza, que es tan sabía para algunas cosas pero no para ponerse en stop durante las vacaciones, hizo lo suyo: me vino.
-bom dia meu amor!- comenzaba la comunicación por whastapp. Los brasileros –o al menos con los que me relacione en esta vida- son extremadamente acaramelados.
-bom dia bonito! – le conteste contagiada del romanticismo. – Hoy no nos vamos a poder ver. – lo sentencie en español. Que hiciera un esfuerzo por traducirlo. Rapidamente me pregunto el porqué. ¿Cómo hacía para explicarle en portuñol que me había bajado la regla? Menstruación, periodo, no me eran palabras fáciles de traducir.
De hecho, mi esfuerzo fue en vano y finalmente termine por aceptar que nos viéramos tras un reproche melancólico de que no quería verlo nunca más, que porque no se lo decía y cosas nada que ver. Si, además de acaramelados parece que también son extremadamente noveleros.
Llego a mi casa y comenzamos con el rito habitual: beso va, beso viene. Fumamos y cuando el coito debería haber comenzado tomo un paquete de toallitas que estaba sobre la repisa y me interrogo: ¿Disso você queria falar comigo hoje de manhã?- Aliviada por no tener que emprender una explicación que asumia imposible asenti.

Eu não tenho problema, isso não me incomoda. – me tranquilizo y dijo en portugués algo así como que según sabía las mujeres disfrutaban mucho más del sexo cuando estaban en su periodo. Pero que no dejaba de ser una decisión mía, que yo tenía que estar cómoda. Lo pensé un instante y decidí que no, que no me sentía cómoda.  El tiempo que habríamos dedicado al sexo lo transformamos en un interesante intercambio cultural. El me mostro un rapero carioca y yo le enseñe lo más grande de la Argentina: Patricio Rey y los Redonditos de Ricota. El intento, sin llegar a buenos resultados, enseñarme a bailar zamba y yo me lucí bailando cuarteto.
En algún momento me distraje de la charla, seguramente provocado por la marihuana que había consumido. Creo que fue cuando lo veía bailar y cantar con tanta gracia. Me pregunte que me había llevado a privarme de un encuentro con él, que me gustaba mucho y a quien no le molestaba mi sangre menstrual.
¿A mi me molestaba? Eso no tenía ningún tipo de sentido. Convivo con ella todos los meses de mi vida, duermo con ella, me baño con ella e incluso a veces me masturbo. Tampoco podría ser que me diera asco como fluido durante el acto sexual, el semen es tan o más asqueroso y lo acepto con gran naturalidad.
Esa decisión que en principio creí propia comenzó a ser juzgada más profundamente. La reflexión al respecto me vuelve cada cierto tiempo, y hoy fue un día de esos encontrando tal vez una posible respuesta en el libro Segundo Sexo de Simone de Boeviur.
“(…) cuando la mujer tuviera flujo de sangre y su flujo fuere en su carne siete días estará apartada. Y todo aquello sobre que ella se acostare mientras su separación, será inmundo, también todo aquello sobre que se sentaré será inmundo. Y cualquiera que tocare su cama, lavará sus vestidos y después de lavarse con agua, será inmundo hasta la tarde (…)” se puede leer en el Levítico,  uno de los libros bíblicos del Antiguo Testamento y del Tanaj.
Rafael se fue caminando por Av. Barata Riveiro, camino a posto 4, a tomar una Skol bien fría, acompañándola de un cigarro de marihuana y algún pase de cocaína que le convidara Saporito, pero no era inmundo. No era inmundo gracias a mi, que lo había protegido de tal impureza. Aunque… el se sentó en mi cama. ¿También eso debería haberlo prohibido?.