Hoy tenía franco y Leo me vino a buscar temprano a casa. -¡Dale! ¡Vamos!
Que tengo una sorpresa - me dijo. Me encanta esa obstinación que tiene por ser
tierno conmigo, a pesar de que yo lo mire con cara de ¿Una sorpresa? Mejor
quedémonos en la cama. Como si supiera que en realidad me estoy derritiendo por
dentro.
Manejo como una hora y cuando estábamos a diez cuadras me hizo vendar
los ojos. Discutimos como cinco minutos, yo me resistía. No quería aparecer en
cual fuera el lugar que me llevará con los ojos vendados, ¿Cual era la
necesidad de llamar la atención? Pero no cedía. Claro, es obstinado. Terminé
amarrándome con su ayuda un pañuelo cuadrille verde y azul.
Me reí nerviosamente desde que baje del auto hasta que recupere la
visión: estábamos en un parque de diversiones.
Compramos manzanas acarameladas, jugamos a derribar los cubos y no
ganamos nada. Entramos en uno de esos túneles que deben dar miedo. Pero a
nosotros nos dió un poco de cosquillas y nos quedamos unos minutos besándonos.
· ¿Subimos a la
montaña rusa?
· No, no, no. Ni
loca. Nunca me subí a una montaña rusa. Siempre me dio mucho miedo.
· Pero dale, no seas
tonta. Con más razón, no sabes lo que te venís perdiendo hace veintidós años.
Estas conmigo, te agarras fuerte. Si te da mucho miedo yo te juro que empiezo a
gritar para que la paren y me hago el desmayado.
Estoy cediendo demasiado, si. Se va a terminar acostumbrando.
Subimos y no me quedo otra que agarrarlo bien fuerte. Eso era lo qué tal
vez más me afectaba, mostrarme enteramente vulnerable.
Mientras íbamos cuesta arriba miraba para todos lados, esquivaba su
mirada. Tenía miedo de largarme a llorar. El corazón me palpitaba a mil por
hora.
Llegamos a la parte más alta y se detuvo. Que morboso el conductor que
encima le mete suspenso. Debo haberme puesto blanca, muy blanca. El me agarro
la cara con sus dos manos, me obligó al contacto visual y me dijo serio: estas
conmigo, no va a pasar nada Mell.
No llegue a decirle que no necesito a nadie cuando empezó a bajar a toda
velocidad.
Empecé a gritar. Involuntariamente, no podía dejar de hacerlo. Llore un
poco, y entre tantas sensaciones que me atravesaban sentí la mano de él firme.
Me acordé que estaba con el, que había gritado desaforadamente con él a mi
lado. Y de nuevo, sin programarlo empecé a reír a carcajadas. Como si me
hubieran contado el mejor chiste de mi vida. El se sumó, nos miramos y reímos
juntos. Para mi todos se empezaron a reír, como si esa alegría fuera
contagiosa.
¿Viste que no era lo peor que te iba a pasar en la vida? Ironizó
mientras tomábamos la coca de la victoria.
Cuando era chica e íbamos al parque de diversiones nunca subíamos a la
montaña rusa. Vos me decías que te daba mucho miedo. Y yo creía que a mi
también. Siempre me encarné en tus miedos. ¿Será que tampoco le tengo tanto
miedo al amor?
Lo vi a Leo, lo tome con mis dos brazos, por primera vez tuve la
iniciativa. Me miró fijo, el no se escapaba. - Creo que te amo - le dije y lo
besé.