Hoy me vi con Alejandro.
Algunos aspectos propios lo posicionaban hasta hoy en un “chongo recurrente”:
era copado. Le gusta el rock, fuma marihuana, toma cerveza, viaja mucho
–particularmente al norte de la Argentina- y tiene toda la casa decorada con
cactus, adornos y vajillas de arcilla que me encantan. Además besa y coge bien.
Llegue y tenía puesta una remera de Mario Bross. Me pareció genial. Que se yo, ese gesto de descontracturado, así como “Si, venis vos y tengo puesta una remera de videojuego porque soy re seguro de mi mismo”. Y yo que estuve todo el viaje en colectivo pensando si ir o no, porque a la mañana –con muy pocas ganas de vivir- me había puesto el sweter más de vieja que tenía adentro del placard.
Tomamos jager con coca-cola. Me gusta mucho. Es bien dulce, con sabor a hierbas. A mi me hace acordar al chupetín de cola que comía cuando era chica. Jager va, jager viene… encima habíamos fumado unas florcitas re ricas que venía guardando desde hace una semana para compartir conmigo.
Nos empezamos a besar. Es genial cuando encontras a alguien que besa como vos. El besa como yo: por momentos suave, mordiendo los labios, sintiendo las lenguas como en cámara lenta, y de repente profundo, con las bocas transformadas en una coreografía erotica.
A ese tipo de besos necesariamente le sigue el cachondeo. Nos empezamos a tocar. Yo su pija, primero por encima del pantalón y después directamente: piel con piel. El me masturbaba mientras me tocaba y besaba las tetas. Siempre me dice que le encantan mis tetas.
Cuando ya estábamos bastante consumidos por el incendio humano se la empecé a chupar. También siempre me dice que le encanta como se la chupo. Sucede que disfruto excesivamente del placer ajeno. De hecho, la estaba pasando fantástico hasta que me empezó a grabar.
¿Por qué? ¿Por qué no me lo pregunto? Si hasta capaz le decía que si. Porque estaba muy cerca de pensar que era un “pibe piola”, con el que podía abrirme sexualmente y disfrutar del morbo de grabarme segura de que no iba a ser tan gil de pasar el video a todos sus amigos. Pero no. No me lo preguntó.
La cámara, enfocando mi cara, mi boca chupándole la pija. Yo Brenda Azul Mele, chupándole la pija y el perpetuando tal imagen a la eternidad sin siquiera habérmelo consultado.
Si, un garrón. Pensaba en todo eso mientras le chupaba la pija. Y el no, nada. Ya había dejado el celular, y forzando mis movimientos me hizo atragantar y ahogar. Vomite un poco. Me levante para tomar algo y recomponerme y cuando me di la vuelta él seguía ahí: con las piernas desnudas, el pito parado, esperando que volviera a chupárselo.
-¿Podrías ir a lavarte? La verdad me da asco. – le dije de una, ya fue. Mi tolerancia estaba disminuyendo rápidamente y chupar mi vomito era el máximo de la denigración.
Me dijo que sí y enseguida se levanto. Mientras estaba en el baño me invadió el sentimiento aterrador de querer justificarlo: No lo había hecho a propósito, nunca nadie le había hecho notar que estaba mal. Pero a su vez, y con igual intensidad se superponían palabras tales como dignidad, derechos, decisión. Se estaba librando en mi interior una batalla que me era imposible controlar. Justo en ese momento volvió el y se lo dije. Se lo dije pero muy tranqui, como si hubieran consensuado mi dignidad y esa figura de mina piola que tengo tan instaurada. Le dije que la próxima me preguntara. Que capaz le decía que si porque yo también disfrutaba de esas cosas, pero que me quería sentir parte activa y no obligada.
Me dijo que si quería lo borraba, que no se había dado cuenta, que me pedía una, diez, mil veces disculpas. Mi yo conciliadora veía en sus ojos un "la cague" puesto de pasacalles y apoderándose de mi le dijo que podía conservarlo y accedió escondiendo mis lagrimas detrás de las pupilas a coger igual.
Llegue y tenía puesta una remera de Mario Bross. Me pareció genial. Que se yo, ese gesto de descontracturado, así como “Si, venis vos y tengo puesta una remera de videojuego porque soy re seguro de mi mismo”. Y yo que estuve todo el viaje en colectivo pensando si ir o no, porque a la mañana –con muy pocas ganas de vivir- me había puesto el sweter más de vieja que tenía adentro del placard.
Tomamos jager con coca-cola. Me gusta mucho. Es bien dulce, con sabor a hierbas. A mi me hace acordar al chupetín de cola que comía cuando era chica. Jager va, jager viene… encima habíamos fumado unas florcitas re ricas que venía guardando desde hace una semana para compartir conmigo.
Nos empezamos a besar. Es genial cuando encontras a alguien que besa como vos. El besa como yo: por momentos suave, mordiendo los labios, sintiendo las lenguas como en cámara lenta, y de repente profundo, con las bocas transformadas en una coreografía erotica.
A ese tipo de besos necesariamente le sigue el cachondeo. Nos empezamos a tocar. Yo su pija, primero por encima del pantalón y después directamente: piel con piel. El me masturbaba mientras me tocaba y besaba las tetas. Siempre me dice que le encantan mis tetas.
Cuando ya estábamos bastante consumidos por el incendio humano se la empecé a chupar. También siempre me dice que le encanta como se la chupo. Sucede que disfruto excesivamente del placer ajeno. De hecho, la estaba pasando fantástico hasta que me empezó a grabar.
¿Por qué? ¿Por qué no me lo pregunto? Si hasta capaz le decía que si. Porque estaba muy cerca de pensar que era un “pibe piola”, con el que podía abrirme sexualmente y disfrutar del morbo de grabarme segura de que no iba a ser tan gil de pasar el video a todos sus amigos. Pero no. No me lo preguntó.
La cámara, enfocando mi cara, mi boca chupándole la pija. Yo Brenda Azul Mele, chupándole la pija y el perpetuando tal imagen a la eternidad sin siquiera habérmelo consultado.
Si, un garrón. Pensaba en todo eso mientras le chupaba la pija. Y el no, nada. Ya había dejado el celular, y forzando mis movimientos me hizo atragantar y ahogar. Vomite un poco. Me levante para tomar algo y recomponerme y cuando me di la vuelta él seguía ahí: con las piernas desnudas, el pito parado, esperando que volviera a chupárselo.
-¿Podrías ir a lavarte? La verdad me da asco. – le dije de una, ya fue. Mi tolerancia estaba disminuyendo rápidamente y chupar mi vomito era el máximo de la denigración.
Me dijo que sí y enseguida se levanto. Mientras estaba en el baño me invadió el sentimiento aterrador de querer justificarlo: No lo había hecho a propósito, nunca nadie le había hecho notar que estaba mal. Pero a su vez, y con igual intensidad se superponían palabras tales como dignidad, derechos, decisión. Se estaba librando en mi interior una batalla que me era imposible controlar. Justo en ese momento volvió el y se lo dije. Se lo dije pero muy tranqui, como si hubieran consensuado mi dignidad y esa figura de mina piola que tengo tan instaurada. Le dije que la próxima me preguntara. Que capaz le decía que si porque yo también disfrutaba de esas cosas, pero que me quería sentir parte activa y no obligada.
Me dijo que si quería lo borraba, que no se había dado cuenta, que me pedía una, diez, mil veces disculpas. Mi yo conciliadora veía en sus ojos un "la cague" puesto de pasacalles y apoderándose de mi le dijo que podía conservarlo y accedió escondiendo mis lagrimas detrás de las pupilas a coger igual.