Tamara:
Hoy me
soñé caminando desde casa hasta la estación. La tarde estaba soleada y tibia.
Había un vientito leve que me entusiasmaba a andar.
Yo creo
que debe significar algo bueno. Porque podría en cambio, como en alguno de esos
otros días, no llegar ni siquiera a cruzar la ruta que está a la vuelta de
casa.
Es que,
ver tantos autos a tan alta velocidad, no puede generar en un alma desgraciada,
otra cosa que no sean unas ganas inmensas de tirarse bajo ellos. La idea de que
la vida ya no vale la pena está presente desde antes y de pronto se te dispone
un centenar de autos a 100km por hora. Es como si entraras a la cocina de tu casa
y alguien hubiera dejado una cuchilla sobre la mesada principal.
Y lo
peor no es sentir estar tan cerca de matarte. Lo peor es no animarte. Convivir
con vos misma después de haberte privado de la tranquilad tan deseada
simplemente por ser una cobarde. Es ese sin duda el peor momento y donde
comienza la crisis. El mundo se me achica a casa, y la 210 es el muro de Berlín
de mi vida.
Pero
hoy no fue uno de esos días. Hoy no solo pude cruzar la Avenida sino que además
entre al barrio U.P.C.N. Que hermosa imagen ver al sol pegando sobre la copa de
la hilera de pinos. En otoño es aún más bonito. Me hace acordar al fondo de
pantalla predeterminado de Windows.
En esos
días, cuando alguna obligación me empuja a superar la crisis y cruzar, al
entrar al barrio me pongo más nerviosa. Tantos edificios juntos, con tantas
ventanas. Una vez me detuve a contarlas, hay doce por cada cara del edificio.
Cada edificio tiene dos caras con ventanas. Y hay un total de veintidós
edificios. Y siento que al menos una persona me mira por cada una de ellas. Que
me mira, me analiza, se ríe de mí e incluso le doy miedo. Camino rápido, eso me
hace transpirar. No descanso hasta perder la última construcción y meterme por
el campito.
Hoy
debe ser Domingo porque en el campo había tres familias jugando al futbol y
tomando mate. Me llamo la atención que cada padre jugaba con sus respectivos
hijos. Eran todos equipos dispares. En la primera eran una nena y un nene que
peleaban por quien pateaba la pelota. Otro era solo un niño y el partido se
había limitado a un pase continuo, monótono. Los terceros sí que se divertían,
era una familia más numerosa. Jugaban dos hombres y cinco niños. Me pregunté porque
nadie había propuesto que todos jugaran juntos. Si juegan con las mismas
reglas.
Siempre
presto mucha atención al futbol. En realidad me obsesiona el movimiento de las
pelotas. En los otros días, cuando llego al campito hay un solo chico. Parece
de unos veinte años y siempre tiene puesto un short de Boca Juniors. Está
quieto en un lugar haciendo jueguito. Yo me detengo a observarlo, a contar
cuantas veces patea sin tocar el piso. Y de un momento para otro para. Lo miro,
me mira de una manera perversa y patea directamente contra mí. Me golpea fuerte
en la cara. Me la toco desesperada esperando encontrar sangre. La piel está
seca, miro mis manos y no hay rastros. Entonces reacciono, el sigue ahí mirándome
sínicamente y yo corro.
Corro con
todas mis fuerzas. Corro instintivamente hasta atravesar el campito y me freno
con el zumbido del tren pasándome a apenas un metro. Reacciono. Por segundos de
diferencia no morí atropellada en el cruce peatonal. Una vez más a escasa
distancia de la muerte.
El
zumbido funciona como una cachetada. Me acuerdo que me odio, que me quiero
morir, que soy una cobarde, que todos me miran, se burlan de mí, me temen, que
me duele mucho la cara, que un chico me golpeo, que corrí, que estoy cansada. No
se cómo explicarte la sensación de todos esos dolores introduciéndose dentro de
mi como punzadas.
Y la
solución esta tan cerca. Es solo esperar que el tren termine de pasar, cruzar
las vías, caminar el circuito circular para finalizar el círculo, el ciclo.
Siempre hay alguien. Que la comparta o la venda.
Pero
hoy no fue uno de esos días. Hoy pude superar el circuito sin tentarme. Hoy
llegue a la estación y me tome un tren hasta Alejandro Korn. Es tan relajante mirar
por las ventanas cuando todo se vuelve más campo.
Por eso
estoy tan optimista. Creo sin dudas que
significa un gran avance. Gustavo (el psicólogo) siempre me hace relatarle los
sueños. Asique supongo que de verdad deben importar. Y este fue uno muy bueno.
Espero
no haberte aburrido con toda esta historia, pero no tengo más para contarte.
Acá los sueños son la única realidad que vale verdaderamente la pena, la otra
es muy triste.
Tengo
que dejar de escribirte porque en unos minutos tengo cita con Mariana, la psiquiatra.
Estoy ansiosa por contarle, capaz ella también entienda que es algo positivo y
me deje salir algún día para que podamos caminar juntas desde casa hasta la
estación.